En el desarrollo de nuestra vida, en algún momento – muchas veces desde niños-, percibimos que es lo que nos gustaría hacer para realizarnos en los diferentes aspectos de nuestra existencia: que queremos estudiar, donde quisiéramos trabajar, en qué lugar nos gustaría vivir, o que carro quisiéramos tener, etc. Pero algo que surge dentro de nosotros también es el llamado o la vocación al matrimonio y a formar una familia.
En mi caso haber tomado la opción del matrimonio y la familia ha sido la tarea más importante a la que me he podido enfrentar, ante la cual cualquier desafío profesional se queda corto. No necesariamente porque se trate de una tarea difícil, sino porque no hay nada más trascendente que el cuidado de nuestros hijos, el cuidado de esas almas que Dios nos ha confiado y prestado para que contribuyamos con El a la edificación de su reino.
Si, en efecto, así es, la edificación de su reino. Porque siendo El, la verdadera fuente del amor, en donde se puede cultivar mejor que en los vínculos de la relación familiar, en los vínculos esposo-esposa, padre-hijo. Es aquí donde podemos construir los lazos de unión y pertenencia más fuertes que pueden existir y que son los que pueden dar forma y transformar la sociedad.
Es una tarea donde la única preparación posible es el amor, pues, así como se menciona en el aspecto meramente laboral, si se ama lo que se hace en realidad no trabajamos; en este camino que hemos escogido esa es la mejor fuerza para seguir siempre adelante no importando las circunstancias.
En este sentido desde la perspectiva de un niño una simple acción como papás puede transformarse en una gran hazaña que algún día quisieran imitar, como al mejor de los súper héroes. Y aquí radica la trascendencia de lo que hacemos, pues el ejemplo no sólo es la mejor manera de educar, sino que es la única que realmente funciona.
Es un trabajo 24/7, no hay días libres, pero es el mejor recompensado, y esto con el correr del tiempo le vamos dando más valor. No hay nada con lo que se pueda comprar un momento de estar tirado en el piso jugando “cashitos” (carritos), o algún otro haciendo “tiritos” con una pelota, o estar parado dentro de una piscina esperando recibir al mejor clavadista del mundo que se lanzará desde la orilla, o correr detrás de una bicicleta esperando que no caiga, o construir las edificaciones más hermosas con trocitos. Son momentos increíbles, y más que increíbles irrepetibles. Así es irrepetibles, por eso hay que vivirlos con intensidad y alegría.
Nuestra vida se ve marcada por muchos momentos algunos muy felices y otros no tanto, pero depende de nosotros escoger cuales queremos realmente conservar. Siendo así yo tengo tres que me han dado toda la felicidad: el día de mi boda y el nacimiento de nuestros dos hijos. No existe comparación alguna con nada de lo que haya vivido.
La felicidad no la podemos medir por la duración de las experiencias agradables vividas, sino por la intensidad con la que se viven esos momentos que quizás duran unas pocas horas o hasta unos pocos segundos. Experiencias que queremos conservar porque son las que alimentan nuestra vida, el motor de cada día, el amor de Dios a través de su máxima creación que nos llena el alma.
Tuve la gran bendición de estar en presente en el nacimiento de mis dos hijos, y han sido de las experiencias más hermosas. ¡El hecho que me permitieran ser yo quien los tomara directamente saliendo del vientre de su mami que con tanto amor los cuido siempre fue algo espectacular…! si así fue!¡¡Increíble!!!
Lo más maravilloso fue escuchar y sentir ese llanto de vida entre mis manos, y ver como Dios nos hace participes de su creación, es ese llanto el que también alimenta mis días tristes, que da luz a los días grises y que llevare conmigo toda mi vida.