Esta pregunta tan elemental y trascendental a la vez para cualquier persona se convierte en realidad en un acertijo, muchas veces sin respuesta. Sin embargo, existe en el ser humano ese anhelo de encontrar un sentido de vida y trascendencia al darse cuenta de que, a diferencia de los objetos, no hemos sido creados para ser usados y desechados, sino más bien para invertir nuestra vida en la ejecución de ese propósito trascendental.
San Juan Pablo II nos ha dejado como legado, a la luz del Espíritu Santo, una respuesta magistral en la Teología del Cuerpo en dónde, a través de 129 catequesis dictadas durante 5 años al inicio de su pontificado, nos ha mostrado la visión de la sexualidad humana desde los ojos de Dios y nos ha dado las pautas para descubrir la respuesta a la pregunta: ¿para qué hemos sido creados? Y ante esta pregunta podríamos encontrar tantas respuestas posibles como seres humanos existentes. Sin embargo, si la abordamos de manera profunda, entendiendo que somos seres integrados por cuerpo, mente y espíritu, encontraremos que ese anhelo de “algo grande” que tenemos nos lleva a descubrir que nuestra vocación más profunda como hombre y mujer es el llamado al amor.
Desde esta visión personalista que San Juan Pablo II nos presenta en la Teología del Cuerpo podemos entender la importancia de invertir nuestra vida en la entrega a esa vocación profunda y universal que todos compartimos, que es el amor que nos lleva a la comunión. Personalizado y vivido de manera particular según nuestro llamado individual ya sea al matrimonio, a la vida consagrada o al sacerdocio; pero que a la vez confluye y tiende al propósito universal de la Santidad que todos compartimos.
El entender lo que verdaderamente significa ser hombre y mujer, la complementariedad que existe en el llamado al amor y el sentido de la sexualidad humana, nos permite encontrarnos de cara frente a la verdad que resurge en medio del caos del mundo en el que vivimos.
Vemos como en la actualidad se ha distorsionado por completo, a causa de filosofías e ideologías reduccionistas de la dignidad humana, el significado de ser persona y por lo tanto el significado de las relaciones que surgen de la persona como lo es el matrimonio y la familia.
Comprender que hemos sido creados para amar nos lleva también a profundizar y meditar en el modelo del Amor con el cual amaremos, el cual, como decíamos anteriormente, es muy contrario al modelo que vemos en el mundo en el cual se objetiviza, relativiza y mercantiliza todo lo referente al ser humano y su dignidad.
Y entonces ¿cuál es el modelo para amar?
Este lo encontramos en la buena noticia que Jesucristo viene a revelarnos en el sacrificio de la Cruz y es un amor libre, total, fiel y fructífero; lo cual nos enseña a amar como Dios nos ama, y dicho sea de paso, para poder amar como Dios nos ama es necesario en primera instancia que nos dejemos amar por Él. Ya que desde esta experiencia única de amor, cobrará sentido que cada uno de nosotros podamos transmitirlo a través de la donación de nuestra persona ya sea en el matrimonio, el sacerdocio, la vida consagrada e inclusive en el ejercicio de una profesión que nos lleve a buscar el bien del prójimo.
Con esto podemos concluir que es posible que gastemos nuestra vida en cualquier cosa y que nos dejemos llevar por el ritmo agitado y confundido de nuestra sociedad, seguirnos sintiendo vacíos y que nuestra vida es carente de sentido y trascendencia; o bien, al descubrir que nuestra vida tiene una vocación profunda al amor y entender nuestra esencia como personas, que invirtamos nuestra vida al servicio del amor desde nuestro llamado particular. ¿A qué le apostarías?